¿Por qué será que a alguna gente le gusta decirle a los otros lo que tienen que hacer o dejar de hacer? ¿Lo harán sólo con los seres humanos o irán por la vida gritándole al Todo lo que tiene que hacer. ¡Luna, déjate de girar en torno a mi!. ¡Sol, deja de enceguecerme!, ¡Río, no estés tan frío!, ¡Muerte, vete de aquí! Y todo esto a los gritos, porque para decirle a alguien lo que tiene que hacer (o dejar de hacer) es imprescindible, evidentemente, gritar… gritar bien fuerte, nerviosamente, transmitiendo (creo que sin saberlo), en ese grito, toda su rabia contenida, toda su impunidad, toda su, definitivamente, necesidad de amor. Pero no me gritan: ¡Por favor, ámame!, no, por el contrario, me gritan que deje de hacer lo que estoy haciendo… y yo no me animo a utilizar mi evidente derecho a gritarles lo mismo, porque conozco el asunto de las espirales y, como dice Woody Allen, “nunca acaricies un círculo porque se vuelve vicioso”. Así que señora, señor, joven o jovencita… hagan lo